Recuerdos del futuro

Durante esta semana que termina tuvo lugar el Mobile World Congress (MWC) en la ciudad de Barcelona. La cita anual de la industria móvil que sirve para tomar el pulso de dónde está parada y qué es lo que se viene (y qué no). Con unos 85.000 asistentes, el MWC 2023 viene recuperando terreno post pandemia (en el 2022 fueron 61.000), aunque todavía un 22% abajo del récord de 2019, cuando convocó 109.000 personas. Un indicador quizás de cómo cambió este negocio en los últimos 4 años.

A diferencia de otros años, 5G no fue el tema dominante. Lógicamente, ya no es un tema “hot”. Habiendo alcanzado el hito de los 1.000 millones de conexiones en el 2022, 5G tiene hoy una penetración del orden del 12% sobre la base de clientes de telefonía móvil en todo el mundo. Un hito alcanzado dos años más rápido que el 4G.

El punto es que, a pesar del crecimiento meteórico, todavía muchos se preguntan cómo monetizar las cuantiosas inversiones requeridas. A nivel de consumidor de servicios móviles, la llegada de 5G todavía no habilitó nuevos usos, como sí lo fueron la web móvil y las apps con 3G y más tarde el video con 4G. No habiendo nuevos usos, la monetización se reduce a un pequeño porcentaje adicional de ingresos generados por el mayor tráfico y, en algunos casos, por un precio un poco más premium. Pero nada que justifique por sí sólo las inversiones necesarias. Para el 2023 se estima que se agregarán unos 500 millones de nuevas conexiones, que llevaría la penetración total al 17%, en una combinación de despliegue y ampliación de redes con equipos que cada vez más incluyen conectividad 5G. Pero los usos seguirán siendo los mismos que con 4G. En el horizonte, aunque no ocurrirá durante este año, las aplicaciones que podrían darle sentido a 5G desde un smartphone serían el metaverso y la realidad extendida.

En el caso del metaverso, la espuma parece haberse asentado. Ya no es una palabra que se repite constantemente en la industria como hace unos meses atrás (hoy ese lugar lo tomó la inteligencia artificial). Hay conciencia de que, aun cuando el metaverso realmente sea la dirección de la industria en los próximos años, su falta de madurez hace que su eventual capacidad de masificación esté todavía varios años por delante. Algo que trae a la mente la célebre frase sobre el largo plazo de John Maynard Keynes.

Quizás por esto es que hay mucha esperanza en que sea el segmento de empresas el gran impulsor de la adopción de 5G. Sin embargo, es conveniente destacar que recién en el último año se empezaron a implementar las funcionalidades avanzadas que 5G viene prometiendo desde antes de ser una realidad comercial. En otras palabras, recién comienza.

Hoy el principal caso de éxito de 5G es en el acceso fijo inalámbrico (FWA), que permite a los operadores móviles ofrecer servicios fijos competitivos frente a las opciones cableadas, convirtiéndose así en nuevos jugadores en este mercado. Algo que se ve con claridad en los EEUU., donde los proveedores de FWA lograron muchas más altas en el último año que sus pares cableados.

Con este escenario, no llama la atención que los reclamos de parte de los operadores respecto de quién afronta el costo de la infraestructura estuvieran a la orden del día. Este debate regulatorio ocupó el centro de la escena, luego de que la Comisión Europea anunciara la semana pasada una consulta pública sobre “fair share”. Aunque lógicamente es un tema que está lejos de ser resuelto, la Unión Europea deja vislumbrar su posición (al menos inicial) al afirmar que existe la necesidad de que todos los agentes que se benefician de la transformación digital contribuyan equitativamente a las inversiones en infraestructuras de conectividad. Algo que seguramente encendió las alarmas de los mayores generadores de tráfico (YouTube, Netflix, etc.), que combinados representan más de la mitad del tráfico diario de las redes de telecomunicaciones.

Esta situación se ve potenciada en Europa, que cuenta con una regulación que no sólo no se adaptó a los nuevos tiempos, sino que tampoco permite aprovechar al máximo el potencial del mercado único de la UE. Por eso quizás es que los operadores más activos en este reclamo son europeos (Deutsche Telekom, Orange, Telefónica y Vodafone), quienes buscan así presionar a las autoridades europeas para que flexibilicen su postura respecto de la concentración y transnacionalización de sus operaciones, así como avanzar sobre las ventajas de un mercado integrado del espectro radioeléctrico. En definitiva, el problema de las telcos europeas pareciera ser no tanto el tráfico generado por los proveedores de contenidos sino una regulación que atenta contra la integración de sus redes, afectando notablemente sus escalas en un entorno ferozmente competitivo. De hecho, en una época en la que muchos operadores ya se han desprendido de activos de torres y ahora lo hacen con su fibra, la inversión en infraestructura es tal que algunas telcos ya no son capaces de absorberla y, en consecuencia, comienzan a vender o escindir parcialmente sus activos.

Mientras esto sucede en la tierra, varios en la industria comienzan a mirar al cielo. Más específicamente a los servicios D2D (Direct-to-Device), en los que un satélite transmite información directamente al dispositivo móvil de un usuario. Este tema fue ganando visibilidad ya que algunas telcos (caso T-Mobile en EEUU) así como fabricantes de dispositivos y chips (como Apple y Qualcomm) han llegado a acuerdos con operadores satelitales para ofrecer conectividad directa al celular. Si bien los primeros casos de uso hacen referencia mayormente a la capacidad de mandar mensajes de texto desde lugares sin cobertura de las redes móviles, se trata de un nicho de mercado. Por ahora, esta tecnología proporcionará conectividad de bajo ancho de banda, por lo que es probable que la mayor parte de los ingresos y del tráfico de red por satélite provengan, por un tiempo, del IoT.

Pero quizás más difícil que resolverlo técnicamente, sea hacerlo regulatoriamente. La situación es mucho más compleja por el hecho de que los satélites son de naturaleza global, lo que obliga a los operadores a trabajar con los reguladores de todos los países del mundo para ofrecer servicios ubicuos. Esto implica afrontar retos como el acceso a frecuencias (que no están todas alineadas globalmente), posibilidades de interferencias y la necesidad de un trabajo de normalización para ayudar a hacer crecer estas capacidades.

En definitiva, el MWC reflejó una industria en un período de transición, que tiene la infraestructura para operar la más reciente de las generaciones tecnológicas, pero que todavía debe madurar, mientras desarrolla un ecosistema (redes, dispositivos, aplicaciones) que aproveche las funcionalidades prometidas para ser sustentable económicamente. Y todo en un contexto macroeconómico global que no es el más propicio. Habrá que capear la transición.

Acerca del autor

Enrique Carrier

Analista del mercado de telecomunicaciones y nuevos medios, basado en Buenos Aires, Argentina

Por Enrique Carrier

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