Con la clásica expectativa previa (típica de los lanzamientos de sus productos) y una mayor desazón que la habitual, esta semana Apple presentó sus nuevos modelos de smartphones. Desde que revolucionó a la industria móvil con su iPhone original, los lanzamientos anuales de esta empresa generan una expectativa crecientemente injustificada.
Pero en esta ocasión, había un interés particular no tanto por el producto de más alta gama sino por el rumoreado equipo de rango medio, que analistas financieros, de la industria y la prensa bautizaron como el “iPhone barato”. Los ojos estaban posados sobre el iPhone 5C. Un equipo que más allá de su carcasa de plástico y de colores varios, no se diferencia del iPhone 5 actual. Mismo procesador, misma cámara, mismas capacidades. Y mismo precio. Tantas similitudes que de hecho el 5 será discontinuado con la llegada de los nuevos modelos. En realidad, el 5C es un lifting meramente estético pero que logra la idea de que es algo nuevo, algo que merece más ser comprado que el modelo del año pasado. Pero al usar materiales plásticos, más vistosos pero más baratos (con el agregado del negocio de las carcasas intercambiables), tendrá seguramente mejores márgenes. Se trata no sólo de una movida brillante sino también necesaria. El iPhone 5 ya quedó relegado frente a la competencia, por lo que no alcanza con sólo bajarle el precio. Debe parecer algo nuevo.
Recordemos que históricamente, la movida de precios del iPhone era la siguiente: el modelo recién lanzado a US$ 199, el del año anterior a US$ 99, y el previo a US$ 0. Obviamente estos valores corresponden al precio subsidiado del equipo en los EE.UU. que incluye un abono con contrato por 2 años. Con los anuncios de esta semana, el 5S ocupa el lugar de los US$ 199, el 5C el de US$ 99 (lugar que hubiera correspondido al ahora discontinuado 5) y el 4S a US$ 0. Nada cambió.
Esta ingeniería de marketing implica además que el mercado potencial de Apple es el mismo de antes de los anuncios. Con valores arrancando en US$ 549 para los modelos anunciados esta semana, no hay ninguna expansión del mercado objetivo. No obstante, seguramente haya un crecimiento de las ventas porque al momento del lanzamiento habrá disponibilidad en más países y operadores que en ocasiones anteriores, como será el caso de Japón y, principalmente, China. Por lo tanto, su objetivo es el de aumentar su participación de mercado no por llegar a nuevos segmentos sino por tener una presencia más abarcadora a nivel geográfico. Hay una mayor eficiencia, no un cambio de estrategia.
De todos modos, queda en claro que la Apple de hoy es muy distinta a la de Jobs. La innovación tecnológica está en línea con el resto de la industria y dentro de lo esperable: procesadores más rápidos, incorporación de capacidades biométricas, cámaras de fotos con más funcionalidades. Pero nada que provoque admiración. Hay que tener presente que su CEO actual es el ex COO. No hay que pedirle a éste magia sino eficiencia. Y es lo que está entregando. Claro que habrá que ver qué puede dar cuando se le pida estrategia de más largo plazo.
Por otra parte, sorprende el manejo de las expectativas realizado por Apple, el cual fue desastroso en esta oportunidad. Algo que solía ser una especialidad de la casa. La empresa permitió sin razón aparente que los medios e inversores anticiparan el lanzamiento de un equipo económico y no hizo nada para desmentirlo. Así, la decepción fue grande. En términos económicos, la caída de la acción implicó una pérdida de valor de la empresa del orden de los US$ 32 mil millones en los 2 primeros días. Pero quizás más grave aún es que hizo que toda la atención estuviera en los precios decepcionantes de su supuesto modelo barato y no en las novedades de sus nuevos dispositivos.
Cada vez es más común escuchar afirmaciones del estilo “esto con Jobs no pasaba”. Es verdad. Sin dudas, Apple no es la misma de antes. Difícilmente mejor por personajes y circunstancias. No necesariamente peor. Sí distinta.

En el día de ayer se cumplió exactamente un año desde el anuncio del gobierno nacional de su intención de ingresar al negocio de la telefonía móvil. La medida, que en su momento sorprendió por lo inesperada, no avanzó mucho más en términos concretos desde entonces. Apenas si, unos meses después, se le dio una marca: Libre.ar. Resulta difícil analizar esta acción del Gobierno sin considerar los movimientos políticos que se produjeron al interior de éste.
Para quienes siguen habitualmente la industria móvil, el anuncio esta semana de la compra del negocio de terminales de Nokia por parte de Microsoft no fue una sorpresa. Esta posibilidad estuvo latente desde el momento en que ambas empresas se asociaran un par de años atrás. Finalmente, por un total de US$ 7,2 mil millones se llegó a un acuerdo, de los cuales US$ 5 mil correspondieron a la compra del negocio de dispositivos y servicios y el resto fue en licencias de uso de patentes. A primera vista, resulta llamativa la devaluación del fabricante finlandés, especialmente si se tiene en cuenta que en 2011 la misma Microsoft pagó US$ 8,5 mil millones por Skype o que Google hizo lo propio por US$ 12,5 mil millones para quedarse con Motorola (aunque éste incluía patentes).
La operación Microsoft/Nokia, más allá de los detalles, despierta reflexiones respecto de la evolución del negocio tecnológico. Específicamente en cuanto al modelo de negocios de los fabricantes de celulares y el modelo de venta de software.