¿A quién le importa la TV Digital?

La oficialización, la semana pasada, de la adopción de la norma japonesa-brasilera de TV Digital por parte de Argentina generó muchas preguntas en torno a qué impacto tendrá de aquí en adelante. Más allá de la norma en sí, el Sistema Nacional de Medios Públicos puso en Internet un documento donde explica con bastante claridad los conceptos básicos de la TV digital.
A pesar de esto, todavía quedan muchos interrogantes, tales como si habrá algún financiamiento a la producción local de conversores y televisores, cómo será la relación industrial con Brasil, cómo se distribuirá la mayor capacidad que permitirá canales adicionales, qué sucederá con el espectro actualmente en uso por la TV cuando sea liberado, etc.
Por ahora, lo concreto es que el apagón analógico se producirá en el 2019. O sea, dentro de una década. Y 10 años, en términos tecnológicos, son un siglo o más. Es justamente este plazo lo que puede hacer que finalmente el tema de la norma de TV digital sea totalmente irrelevante. Repasando lo que pasaba 10 años atrás en Argentina y confrontándolo con lo que hoy tenemos:

  • No había banda ancha: hoy representa el 95% de las conexiones a Internet
  • YouTube no existía: hoy la mitad de los usuarios de Internet en Argentina ve videos online y 1 de cada 5 ve contenidos de TV
  • Los televisores sólo se conectaban a antenas y equipos de reproducción (VHS, DVD): hoy comienzan a incluir conectividad a Internet (RJ45 en la jerga tech)

Con estos antecedentes, es muy probable que de aquí a 10 años ya no hablemos más de TV, típico exponente de la sociedad de masas, con unos pocos emisores y múltiples receptores. Probablemente sólo hablemos de video, en un modelo de muchos contra muchos, más propio de los tiempos de Internet. En otras palabras, para ese entonces nos habremos acostumbrado a consumir bajo demanda (cosa que la TV de aire, analógica o digital, no puede ofrecer). Y para hacerlo, Internet y, en menor medida, los modelos de TV por cable, son los únicos caminos. Si a todo esto le sumamos que las generaciones más jóvenes (que en 10 años serán adultos o comenzarán a serlo), cada vez consumen menos TV y más Internet, tendremos más demanda por la segunda que por la primera como plataforma de consumo de video.
Ante este panorama queda claro entonces cuál es el costo de haber demorado tanto una decisión. El timing apropiado fue el de la decisión original, en los años 90 (perdón por la palabrota), más allá de si la norma elegida en ese momento era la más conveniente o no. Procrastinar no es gratis.

Acerca del autor

Enrique Carrier

Analista del mercado de telecomunicaciones y nuevos medios, basado en Buenos Aires, Argentina

Por Enrique Carrier

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