Quienes siguen el mercado tecnológico seguramente han oído hablar en reiteradas oportunidades de la ley de Moore. Si bien esta tiene una definición precisa desde el punto de vista tecnológico, vulgarmente se la acepta como la duplicación de la capacidad de procesamiento cada 18 meses (luego se extendió a 24). No obstante, este paradigma está cambiando por dos motivos: el menor valor relativo de más capacidad de procesamiento y la migración de la tecnología hacia plataformas móviles.
Por el lado de las computadoras, si bien siguen aumentando su capacidad de procesamiento, lo concreto es que para muchos de los usos habituales de éstas (mandar un mail, usar mensajería instantánea, navegar por la Web, usar un paquete de oficina), la mayor potencia de los equipos actuales aporta poco. Tan sólo aplicaciones de video de alta definición y 3D exigen más, pero ya se está en ese nivel.
Lo verdaderamente relevante en la actualidad es la movilidad, sea en smartphones, notebooks, netbooks, tablets y toda una plétora de dispositivos que surgen diariamente. Y aquí la prioridad no es ya la potencia bruta sino la relación de ésta con el consumo de energía. Desde el momento en que los dispositivos son desconectados de la red eléctrica comienzan los compromisos, no sólo en términos de procesamiento, sino también de conectividad (un celular tiene que alimentar diversas radios como 2G, 3G, WiFi, Bluetooth, GPS) y de pantalla (que no sólo es el componente que más consume, sino que tiende a crecer en su tamaño).
Así, hoy es más relevante un equipo que consuma poco que uno más poderoso que nos dejará de a pie a mitad de camino. Y lamentablemente, los avances en términos de autonomía (sea por menor consumo energético como por mayor capacidad de las baterías) no se dan al ritmo de Moore. La carrera por los Mhz deja su lugar a la carrera por la autonomía.