Ya no quedan dudas. Google es el Microsoft de esta era. La historia se repite, aunque con otros nombres. Esto se hizo evidente esta semana cuando un grupo de competidores de Google se unió y presentó una quejaante el regulador europeo. El grupo, denominado Fairsearch Europe y compuesto entre otros por Microsoft, Nokia y Oracle, sostiene que Google está afectando la competencia en Europa. Más precisamente, que utiliza a Android como forma de incentivar el uso de sus propias aplicaciones y servicios, la mayoría de los cuales vienen preinstalados en los dispositivos basados en Android. Esto en detrimento de los demás desarrolladores. Por ahora, el regulador antimonopolio europeo no decidió si aceptará investigar el caso.
Que estos procesos se inicien en Europa no se debe a que allí las consecuencias del accionar de Google sean más perjudiciales para sus competidores que en sus países de origen, sino que se trata de países menos tolerantes a este tipo de prácticas.
La situación hace recordar la resistencia que tuvo que enfrentar en su momento Microsoft por la inclusión de su Internet Explorer dentro de Windows, lo que implicó la desaparición de Netscape y otras alternativas existentes en los albores de la web. Para éstos, la resolución del caso llegó cuando ya las consecuencias del accionar de Microsoft eran irreparables. Los tiempos de la justicia y de los reguladores no son los mismos que los de los negocios tecnológicos. Todo cambia demasiado rápido. Y es sabido que la justicia lenta no es justicia.
Por lo pronto, desde el 2010 la Comisión Europea evalúa un caso antimonopolio en relación a la presentación de los resultados de las búsquedas en Google. Esto da la pauta del tiempo que podría llevar la investigación y resolución de este caso. Llegado el momento, el escenario podría haber cambiado radicalmente. Y aún en el caso de que eventualmente Google debiera aceptar ciertas restricciones y/o afrontar penalidades, el presunto daño ya estaría hecho. Los usuarios estarían tan acostumbrados a sus apps (Gmail, Maps, etc.), que poco importará lo que digan las autoridades europeas. En definitiva, cualquier sentencia sería prácticamente testimonial.