Quienes superaron la barrera de los 40 (años) recordarán que en los años 70, más precisamente entre 1974 y 1980, el llamado Ente de Calificación Cinematográfica, fue dirigido por Néstor Paulino Tato, recordado como máximo censor de la historia argentina. Se le atribuye la prohibición de más de 700 películas durante su gestión. Afortunadamente, esos tiempos quedaron atrás. No obstante, hoy la censura no llega de la mano de personajes cuestionables sino de corporaciones que tienen la característica de controlar determinados ecosistemas que combinan hardware, software y servicios. Y este control les permite incidir sobre los contenidos que sus clientes consuman.
Desde una perspectiva tecnológica, conviene recordar que la industria pornográfica siempre fue un early adopter. Hay películas mudas de principios de siglo así como muchos de los primeros materiales en VHS eran películas “de alto contenido erótico”. También es evidente el impulso que este negocio recibió con la explosión de Internet que masificó la distribución de este tipo de contenidos. Y ahora llega, o llegaba, el turno del wearable computing. Tal es el caso que se conoció esta semana que involucra a Google Glass.
La empresa MiKandi, especializada en desarrollar como define “apps para adultos”, se aprestaba a lanzar una aplicación para las lentes de Google llamada Tits & Glass (que podrán googlear fácilmente, aunque no se recomienda hacerlo en la oficina o en ambientes que requieran de un poco de recato). Y cuando estaba por suceder, Google cambió sus políticas de contenidos, aclarando que no permitirá apps que contenga desnudez, actos sexuales gráficos o material sexual explícito.
Es conveniente destacar que la pornografía podrá ser considerada inmoral quizás, pero no es ilegal (como sí lo sería si fuese infantil). Por lo tanto, que el fabricante del dispositivo tenga la capacidad de censurar ciertos contenidos o funcionalidades en función de un criterio que le es propio no sólo es arbitrario. También es un precedente peligroso porque se sitúa por encima de la ley. Para verlo de una forma más simple, es como si tuviéramos una TV que no nos permitiese ver determinados canales en función de políticas del fabricante. Sería inaceptable. Sin embargo, en el mundo digital estas “atribuciones” son toleradas con una pasividad que asusta. Así, mañana la lista de contenidos censurables podría ampliarse a otros campos, pero quizás ya estemos acostumbrados a que avancen sobre nuestros derechos…