Es claro que la devaluación del peso afecta a toda la economía, beneficiando a algunos (principalmente a quienes facturan productos o servicios en divisas) y perjudicando a muchos más. Dentro de los afectados está el sector tecnológico, que tiene muchos de sus costos en dólares, los cuales no son tan fácilmente trasladables a sus precios en pesos. Es por este motivo que varios proveedores de acceso a Internet comenzaron a reclamar por la pesificación del precio de la conectividad a nivel mayorista, esto es, lo que los grandes carriers (Arsat, Telefónica, Telecom, Silica y otros) les cobran para darles conectividad a Internet, tanto a nivel nacional como internacional.
En este escenario, Arsat atendió el reclamo y anunció dos cosas: no sólo la pesificación de este precio, sino también una rebaja en el mismo. Hasta el día de ayer, el precio mayorista de Arsat por cada mega era de US$ 10 (equivalente a $ 570 a la cotización del día). Al pesificarlo a $ 447, el nuevo precio equivale a una rebaja del 22%. Pero además, este valor pesificado se mantendrá hasta 31 de enero de 2020, o sea, por 5 meses. Luego, el precio se irá actualizando mensualmente de acuerdo al IPC (Índice de Precios al Consumidor).
La rebaja puede ser vista también como la evolución natural de los precios de la tecnología. A principios de 2018 el precio del mega de Arsat era de US$ 18. Luego bajó a US$ 14 en marzo de ese año, para volver a hacerlo y llegar a US$ 10 en noviembre. A $ 447, el nuevo valor es de US$ 7,8. Pero el congelamiento de la tarifa es una apuesta también a que el valor dólar no seguirá subiendo en pesos. De no suceder, el congelamiento implicaría un subsidio de hecho, ya que el mega mayorista incluye también la salida internacional, y esta tiene precios en dólares. Si la devaluación continuase, implicaría que Arsat estaría absorbiendo ese mayor costo.
También hay que tener presente que con los precios pesificados y ajustados por el IPC, se corre el riesgo de que en algún momento se pague más en dólares de lo que se paga hoy. Esto sería posible si, como suele suceder con los distintos gobiernos sin importar su color político, se cae en la tentación de mantener el dólar en un valor más o menos fijo como forma de anclar precios y combatir la inflación. Se viene entonces un delicado equilibrio entre costos, precios y valor, que para muchos son sinónimos pero que en realidad distan de serlo.