Exactamente hoy, 14 de junio, pero 22 años atrás, se publicaba la primera edición de Comentarios. Era el inicio de una relación semanal que con el tiempo fue creciendo y mutando. También cambió, y mucho, el contexto de la industria. No tanto, aunque con diferencias claro, lo hizo el contexto del país.
Ayer como hoy, el país atravesaba una compleja situación económica, aunque partiendo de antecedentes distintos. Entonces, la crisis había llegado luego de casi una década de estabilidad macroeconómica, baja inflación y crecimiento económico (si bien este último entró en turbulencias hacia el final). Hoy, la crisis es el resultado de años de decisiones desacertadas, con un PBI similar al de 10 años atrás (aunque con mayor población), alta inflación e inestabilidad macroeconómica.
A nivel sectorial, pese a que el desarrollo y la ubicuidad de la tecnología recién comenzaban, la industria venía del recambio estructural de las privatizaciones, con una segunda mitad de los 90s donde la competencia en segmentos como acceso a Internet y telefonía de larga distancia le imprimieron un dinamismo inusual. A pesar de la crisis global de las tecnológicas en el cambio de siglo (que también impactó aquí), Argentina entró a la crisis del 2001 con una infraestructura moderna y que sería la base para el crecimiento meteórico que registró a partir de la primera mitad de la década del 2000. Hoy la infraestructura se encuentra en un proceso de transición del cobre a la fibra que viene dándose a una intensidad interesante si se considera la historia reciente y la actualidad económica. En redes móviles, recién comienza el despliegue de 5G a ritmo moderado por la macro y el caso de negocio que lo justifique, aunque con margen para superar las exigencias iniciales del pliego. Y como complemento de las redes terrestres (fijas o móviles) asoma con fuerza la conectividad satelital que promete cambiar la realidad de muchos.
En materia de regulación, Argentina entró en los 2000 con una normativa moderna, abierta y procompetencia que la ubicaba entre los países con la infraestructura más actualizada de la región. Esto permitió, aun luego de la consolidación que trajo la crisis global de las tecnológicas, el surgimiento de nuevos operadores, algunos de los cuales resultaron ser muy grandes, como el caso de Claro (en su momento, Telmex) o de vanguardia (para la época), como Iplan. No obstante, desde entonces la pulsión interventora de la política no hizo más que crecer. Arrancando por tarifas congeladas, luego escalando hasta la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (que fue el gran freno al inicio de los despliegues de fibra óptica) y cerrando a toda orquesta con el DNU 690. Hoy las primeras decisiones a nivel gubernamental van en sentido totalmente opuesto (apertura satelital, derogación del DNU 690) y prometen avanzar a fondo con la simplificación regulatoria. Sin embargo, en estos tiempos el futuro no pasa ya por potenciar las redes instaladas (de telefonía o TV paga) como lo fue a principios de los 2000 sino en el reemplazo total del cobre (una tecnología que nos acompaña desde los 90s) con lo que ello implica en términos de inversión (y de necesario retorno).
Globalmente, la industria actual es muy distinta a la de entonces. Hacia principios de los 2000 había sentido fuerte la crisis de las tecnológicas como resultado de expectativas no desmedidas (habida cuenta de los desarrollos desde entonces) pero sí optimistas en cuanto a tiempos. No obstante, la fuerte expansión que significó el desarrollo de la banda ancha y la llegada de las nuevas generaciones móviles, que hicieron que el celular dejara de ser un simple teléfono portátil, llevaron a un ritmo de evolución que dio lugar a lo que podrían llamarse los años dorados del sector. Actualmente, estamos ante una industria muy madura, que ya no crece significativamente en nuevos clientes, y que aunque tecnológicamente promete un paraíso, todavía no termina de encontrar la forma de financiarlo. A diferencia del 2002, hoy una parte sensible de la renta de tanta inversión es capitalizada por proveedores globales de contenidos y aplicaciones, operando en la nube y ampliando sus capacidades de la mano de la IA.
Estos cambios se ven reflejados también en las discusiones del momento. Mientras que a principios de los 2000 mucho se hablaba de la neutralidad de la red, todavía no había estallado el tráfico de video, que hoy se lleva la mayor parte de la capacidad y está concentrado en muchos menos actores que empresas de telecomunicaciones. Entonces, la discusión ya no se llama “neutralidad” sino “fair share”.
Por otra parte, el escenario a futuro también será distinto y, en alguna medida, inédito. Las escalas necesarias para operar, tanto sea desplegando infraestructura como proveyendo contenidos, hacen que por delante se planteen dos escenarios (no excluyentes): el de una mayor concentración de la industria y el de la colaboración/cooperación. Ambos ya comenzaron a darse y posiblemente sigan creciendo. Otro factor por considerar es la irrupción del satélite como una opción viable en términos de costos, complejidad y capacidad. Aun con la incipiente oferta en Argentina, la llegada de nuevos operadores con sus satélites o constelaciones prevista para los próximos años dará mucha dinámica a este mercado. Por lo pronto, la oferta satelital actual marca el principio del fin de la brecha digital geográfica, y este proceso no hará más que acentuarse en la medida en que los proveedores se vayan multiplicando.
Argentina está en un punto en el que debe dar un salto de calidad y cobertura en su infraestructura de telecomunicaciones. Descontando el invalorable aporte de una macro saneada, será tan importante lo que haga el gobierno desmarañando regulaciones y liberando a los operadores de restricciones como la madurez e inteligencia que demuestre la industria para encarar el fuerte proceso inversor que hay por delante. Desafíos, no faltan.
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