
Lo que no se mide, no se gestiona, dice el viejo adagio del management. Pero eso no significa que todo lo que se mide se gestione, porque puede suceder que esa medición haya quedado obsoleta. Es lo que está pasando con el 5G, donde se siguen aplicando parámetros que sirvieron para generaciones anteriores, pero que ya no son tan relevantes en el contexto actual.
Durante años, la evolución de las redes móviles se midió con una vara simple: la cantidad de líneas activas. Ese indicador funcionó bien para las tecnologías 2G, 3G e incluso 4G, centradas en la conectividad del individuo a través de su teléfono. El objetivo de éstas era claro: conectar personas para que pudieran hablar, enviar mensajes o navegar por Internet desde sus dispositivos. En ese contexto, contar líneas activas era una forma directa y precisa de medir el alcance y la adopción.
Pero con la llegada del 5G, ese modelo centrado exclusivamente en la persona quedó corto para capturar la magnitud del cambio. No se trata sólo de una mayor velocidad para los teléfonos —algo que, por ahora, no habilitó usos realmente nuevos, sino más de lo mismo—. La diferencia central del 5G está en su capacidad para conectar de manera masiva y confiable a las cosas, además de a las personas. Su éxito, por lo tanto, no depende de la cantidad de smartphones compatibles, sino de las implementaciones que apuntan a la conectividad de objetos, sensores y sistemas. Seguir midiendo el avance del 5G por la cantidad de celulares es quedarse con un indicador soso, incapaz de contar la historia completa. Esa métrica ya caducó.
Claro que no resulta sencillo reemplazarla. El 5G depende de variables menos evidentes, y eso dificulta volcarse a nuevos indicadores. Sin embargo, si se considera que su verdadero potencial está en habilitar usos que van mucho más allá de la conectividad individual, entonces conviene mirar tres grandes categorías que redefinen el concepto de red: mMTC (Massive Machine-Type Communications) o Internet de las Cosas Masivo; URLLC (Ultra-Reliable Low-Latency Communications) o Comunicaciones Ultra Confiables y de Baja Latencia; eMBB (Enhanced Mobile Broadband) o Banda Ancha Móvil Mejorada.
El mMTC se orienta a la comunicación autónoma entre máquinas (M2M) sin intervención humana. Está pensado para escenarios con una alta densidad de dispositivos simples y de bajo consumo, como sensores en industrias, redes de energía o ciudades inteligentes. En cambio, el URLLC prioriza la velocidad de respuesta y la seguridad por sobre el volumen de usuarios. Es la base de aplicaciones críticas como los vehículos autónomos, la automatización industrial avanzada o los procedimientos de telemedicina, donde un fallo en la conexión no es opción. Por último, el eMBB es la evolución natural del 4G: mejora la velocidad y la capacidad de transmisión de datos para los usuarios. Habilita experiencias como video en 4K u 8K en tiempo real, aplicaciones de Realidad Virtual y Aumentada, o el acceso fijo inalámbrico (FWA) para hogares y empresas.
Por lo tanto, para evaluar el progreso del 5G de una manera que refleje su impacto real, es necesario adoptar un conjunto de criterios más amplio y significativo. Por un lado, medir la adopción de IoT implica contabilizar la cantidad de dispositivos y sensores conectados en sectores clave como manufactura, salud y ciudades inteligentes, lo que arrojaría una medida más fiel de su adopción industrial. También hay que observar el desempeño y calidad de servicio, con mediciones de velocidad, latencia y estabilidad de la red —la base de las aplicaciones críticas—, como hace Ookla en distintos países. Y sí se puede mantener un indicador clásico, el de cobertura y disponibilidad, que mide la extensión de la red. En ese sentido, el interventor del Enacom señaló esta semana que en Argentina hay 27.000 sitios móviles, de los cuales 1.500 son de quinta generación. Es decir, apenas un 5%. Ese número dice mucho más que saber que el 20% de los dispositivos son 5G.
Queda claro que las conexiones como unidad de medida ya no tienen la relevancia de antaño. El 5G representa un cambio de paradigma que, para entender verdaderamente su alcance, exige cambiar de enfoque: dejar de preguntar cuántos dispositivos hay conectados y empezar a analizar qué estamos logrando con esas conexiones y cuál es el impacto real que generan. Es en esa transformación industrial y social donde reside la verdadera promesa de 5G.
