Mirando a la industria de telecomunicaciones globalmente, el fuerte proceso inversor de los últimos años, principalmente enfocado en los despliegues de fibra y en 5G, empieza a perder velocidad. Se le suma un mercado satelital en ebullición, fruto de un franco crecimiento y una oferta que se va ampliando y avanzando sobre la periferia de las redes terrestres. En este escenario comienzan a surgir dudas o alternativas de hacia dónde dirigir el capex (gastos de capital) en infraestructura terrestre en el futuro.
Las inversiones previstas y realizadas tienen horizontes muy distintos. La fibra tiene muchos años de vida útil por delante al no preverse ninguna nueva tecnología que pueda ofrecer mejor performance y calidad. Las velocidades actuales son capaces de satisfacer las demandas más exigentes presentes y futuras. Distinto es el caso de 5G, donde su primera versión, la NSA, es limitada y la segunda, la SA, más avanzada en términos de prestaciones y servicios, requiere de nuevas inversiones para retornos que no están a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, las aplicaciones que pueden capitalizar las ventajas de 5G todavía son brotes. Y como si esto fuera poco, ya en el horizonte les agitan la llegada de 6G.
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