Todo cambia. También los modelos regulatorios, que pueden ser exitosos en un momento y dejar de serlo en otro. Esto puede verse claramente cuando se comparan los mercados de la telefonía móvil en los EE.UU. y Europa a lo largo de los años.
Hasta hace poco menos de una década atrás, Europa estaba a la vanguardia en materia de desarrollo de las comunicaciones móviles. Gracias a su estandarización bajo la tecnología GSM, no sólo se lograron economías de escala sino también interoperabilidad. Así fue que en el viejo continente despegó con toda la furia el servicio de SMS, mucho antes que en los EE.UU. También fue donde primero se adoptaron tecnologías 3G (aunque la subasta del correspondiente espectro terminó desangrando a varios operadores). Esta estandarización ayudó a que fueran fabricantes de ese origen quienes marcaran el ritmo: Nokia (Finlandia), Ericsson (Suecia), Siemens (Alemania). Esta visión centralizada y con más intervención regulatoria en materia tecnológica le dio a Europa varios cuerpos de ventaja frente a los EE.UU., donde, fieles a su filosofía de laissez-faire, se propició la competencia de tecnologías. Por este motivo, todavía hoy en aquél país conviven distintas formas de comunicación móvil y sus evoluciones: CDMA, GSM, algo de WiMax y hasta hace muy poco también iDen. Por lo tanto, durante varios años los EE.UU. estuvieron detrás de Europa en cuanto al desarrollo de los servicios móviles.
Pero en los últimos años, esta relación comenzó a invertirse. El primer impulso fue el desarrollo de los smartphones, especialmente a partir del lanzamiento del iPhone en 2007, pero que luego se potenció con la popularización de Android como sistema operativo. Así, en pocos años, los EE.UU. se ubicaron a la vanguardia tecnológica en terminales. De lo grandes fabricantes europeos, hoy sólo subsiste Nokia, quien aún lucha por su futuro, aunque de la mano de una empresa estadounidense, Microsoft. El hecho de que los teléfonos se convirtieran en verdades computadoras de bolsillo trasladó naturalmente el centro de gravedad al Silicon Valley, sede de Apple y de Google.
Pero más interesante es observar lo que pasó con las empresas que prestan el servicio. Luego de un proceso de consolidación, donde diversos operadores regionales terminaron formando parte de actores nacionales, hoy 4 operadores móviles con red propia concentran el 96% de los abonados, compitiendo libremente en precios. Y cuando casi se convierten en 3 (por el intento de AT&T de adquirir T-Mobile) el regulador lo bloqueó, considerando que ya tanta consolidación sería perjudicial para la competencia.
Distinto es el caso de Europa, donde cada país tiene típicamente entre 3 y 4 operadores con red propia, pero a nivel continental pasan a ser decenas para una población total que es apenas un 56% mayor que en los EE.UU. Evidentemente, las escalas europeas hacen a sus operadores menos eficientes. Y esto no se debe a que no haya habido intentos de fusiones, sino que muchas veces los reguladores ponen trabas a las mismas. Adicionalmente, hay una fuerte tendencia, sobre todo a nivel europeo, no ya nacional, a fijar las tarifas, como ya viene sucediendo con el roaming, un ítem muy relevante habida cuenta de la movilidad intracontintental. El problema para los operadores es que se trata al europeo como un mercado único a nivel ingresos pero no a nivel costos. Por lo tanto, hay frenos a la baja de costos y presiones sobre los ingresos. Una combinación que puede ser letal. Así las cosas, hoy los operadores europeos reclaman que el foco de la regulación esté en facilitar inversiones (léase fusiones y adquisiciones) en lugar de que se le administren los precios.
Ante este panorama, es comprensible que las tecnologías 4G hayan despegado más lentamente en el viejo continente que en los EE.UU. Y otro dato interesante: empresas estadounidenses como AT&T buscan ahora expandirse a Europa, donde varios operadores se muestran permeables, no así los reguladores. Años atrás, eran las europeas las que salían a la conquista de nuevos mercados (como fue el caso de Telefónica cuando adquirió Bellsouth).
La moraleja de este racconto es que quizás no hay un modelo regulatorio que sea mejor que otro. Al menos no a lo largo del tiempo. Más allá de las posturas ideológicas que siempre marcan el norte, una industria como la tecnológica requiere de mentes flexibles en materia regulatoria, para poder adaptarse a entornos muy cambiantes que requieren de respuestas distintas según los momentos.