El conflicto político-comercial entre China y los EE.UU. tiene sin dudas en el caso Huawei su punto más emblemático. No es para menos. Más allá del peso real que la empresa china tiene en el mundo de las telecomunicaciones, se trata del “campeón nacional”, la marca más reconocida mundialmente de aquél país. El impacto simbólico es insoslayable. Pero además, el desarrollo reciente de los acontecimientos pone en evidencia el rol clave que juega el software en el mundo actual.
Dejando de lado la prohibición que los operadores estadounidenses tienen de utilizar equipamiento de Huawei para sus redes de telecomunicaciones, el impedimento a que las empresas de aquél país provean de tecnología a la empresa china pone en evidencia lo relevante que es el software, no sólo por sistemas operativos y aplicaciones sino también por los servicios asociados. Alcanza con ver el impacto que tendría (de mantenerse) la negativa de Google a seguir proveyendo de su plataforma Android a Huawei, actualmente el productor nº2 del mundo en materia de smartphones.
Desde hace un tiempo se viene hablando de que Huawei está desarrollando un sistema operativo propio para celulares. Esto reflotó y cobró más fuerza en los últimos días, luego de que Google anunciara que no seguiría colaborando con Huawei como consecuencia del decreto presidencial que le impide hacerlo (más allá de la extensión de 90 días posterior a la norma). De hecho, esta semana desde Huawei anunciaron que el nuevo OS estaría listo para salir al ruedo durante junio para luego contradecirse y aclarar que no lo estaría sino hasta fin de año en China y en algún momento del 2020 internacionalmente. Sin dudas, al conflicto con los EE.UU. se le sumó una crisis de relaciones públicas y comunicación interna.
Es que lanzar un nuevo sistema operativo para móviles no es algo que pueda hacerse de la noche a la mañana sin correr el riesgo de estrellarse en el intento. Muchos apostaron a que el nuevo OS sería un Android AOSP, la versión de fuente abierta del popular OS, tal como lo hace en aquellos smartphones que vende en China. Pero hay que tener presente que Google vende separadamente sus servicios y apps propietarias bajo lo que se denomina Google Mobile Services (GMS). Aquí entran Chrome, Search, y Play Store (la tienda de aplicaciones). Y si bien no cobra por ello, una de las exigencias es que el fabricante preinstale apps como Gmail y Maps [Nota: esta práctica es la que llevó a que los reguladores europeos estén siguiendo este tema de cerca].
El caso de Play Store es importante ya que además de las apps incluye otras facilidades para programadores. Sin éstas, desarrollar fuera de Play Store es más complicado, lo que atenta contra la disponibilidad de apps para cualquier sistema operativo que sea “Android compatible” pero no Android. Algo que vive en carne propia Amazon con su Fire OS (basado en Android), que no dispone ni por asomo de la cantidad y variedad de apps que tiene el Android de Google. Y si bien Huawei cuenta en China con su propia tienda de apps, esta no sería la más indicada para sus mercados internacionales.
El camino sería aún más cuesta arriba para Huawei si dentro de las prohibiciones se incluyese la propiedad intelectual. Entonces quizás ni siquiera podría usar la versión libre de Android. Una situación similar a la que se insinúa por el lado de los procesadores que fabrica con licencia de ARM y que incluye tecnología de origen estadounidense.
Por supuesto que de mantenerse o, peor, endurecerse las restricciones a Huawei no sólo ésta y China se verían perjudicadas. También los EE.UU. y sus empresas que podrían perder a su principal país fabricante así como también a grandes clientes. Es que en una economía globalizada no hay forma de que una decisión no repercuta en todo el sistema.
No obstante, si bien las fábricas pueden trasladarse geográficamente (no sin un alto costo, claramente) la propiedad intelectual y el software son decisivas. Y no porque no puedan eventualmente replicarse sino porque éstas generan ecosistemas basados en las economías de red, donde un jugador dominante sólo puede dejar de serlo por un cambio estructural más que por la aparición de un jugador alternativo. En otras palabras, es más fácil sustituir el hardware que el software. El hardware es un producto de una economía industrial o secundaria y el software lo es de una de servicios o terciaria. Y es en esta última donde EE.UU. todavía aventaja a China, aunque en una escalada de esta guerra comercial y política, una eventual “victoria” sería sin dudas pírrica.