En los últimos años, y crecientemente, la tecnología 5G es mención obligada en los eventos de la industria móvil, así como en las publicaciones. Mucho de esto tiene que ver con sus promesas, pero también con la presión que ejercen los proveedores de equipamiento, que con un despliegue de 4G mayormente hecho a nivel global apuestan al 5G para mantener su nivel de actividad.
Sin embargo, como toda tecnología nueva, la del 5G no está exenta de los típicos obstáculos iniciales, potenciados en este caso por el hecho de que se trata de un cambio más profundo que los registrados con cada una de las generaciones que la precedieron.
Lo concreto es que salvo en el caso de Corea del Sur, que acaba de alcanzar los 3 M de suscriptores de 5G, en el resto de los principales mercados, EE.UU. incluido, el despliegue de esta red es todavía minúsculo y tiene bastante de experimental en cuanto a que comienzan a enfrentar los problemas reales, característicos de toda etapa inicial. Y en el caso de China, que a su vez alberga a los principales fabricantes de equipos para 5G (tanto para dispositivos como para redes) aún es un servicio que no está lanzado comercialmente y se espera que lo haga recién el año próximo.
Quienes ya lanzaron el servicio comercialmente se enfrentan a los típicos problemas de una tecnología nueva, tanto desde el punto de vista técnico como comercial. En materia técnica, los primeros smartphones muestran un consumo de batería más pronunciado, así como un recalentamiento mayor al habitual. Algo similar ocurrió en los albores de 4G, por lo que más grave es el aspecto comercial, con una oferta de terminales muy limitada. Algo que se ve no sólo en los smartphones sino también en el CPE (equipamiento en casa del cliente) necesario cuando lo que se ofrece es un servicio fijo. Esto hace que sea muy difícil para economías periféricas competir con la demanda de los mercados centrales. Razón por la cual en Uruguay, si bien se lanzó 5G hace unos meses, el servicio no se promueve en el sitio web de Antel. No tienen equipos suficientes ya que no pueden competir en volumen con las órdenes de compra de mercados más ricos y de mayor escala.
Pero, además, se nota cierta desorientación en la industria respecto de hacia qué lado encarar esta etapa inicial. Están quienes apuestan al mercado masivo tradicional de los operadores móviles, los consumidores y sus smartphones. Pero el tema aquí, más allá de las limitaciones arriba mencionadas, es doble. Por un lado, 5G no ofrece aún para este segmento un cambio sustancial en el servicio. No hay aplicaciones relevantes de realidad aumentada o realidad virtual que capitalicen la mayor capacidad de la red. Tampoco juegos que se beneficien con el mayor ancho de banda o la baja latencia. Por lo tanto, se hace difícil lograr que el ARPU (ingreso medio por usuario) crezca lo suficientemente como para justificar (y amortizar) las inversiones necesarias para desplegar una red 5G que precisa de nuevo espectro, un backhaul de fibra óptica y una mucho mayor densidad de antenas. Y por supuesto, nuevo equipamiento. En otras palabras, a nivel individual, 5G no ofrece por el momento nada por lo cual un cliente esté dispuesto a pagar un abono de mayor precio al actual.
Así, varios en la industria miran hacia las empresas y organizaciones buscando la expansión económica que el mercado masivo por ahora no parece en condiciones de poder ofrecer. Ven allí un premio mayor a alcanzar, conectando fábricas, hospitales y toda una serie de nuevos segmentos verticales. Apuestan a que sus características de alta velocidad, baja latencia, así como su capacidad de soportar múltiples dispositivos conectados permitirán habilitar nuevos negocios y mejorar la productividad. En estos casos, se puede ofrecer 5G con cobertura acotada a las instalaciones, sin necesidad de cubrir enormes extensiones geográficas como sucede cuando se trata de conectar personas. Todo esto generando un valor por el cual las empresas estén dispuestas a pagar un adicional que en el caso del consumidor no sería tan evidente.
En este escenario, resulta claro que no es grave que en Argentina aún no se esté en el proceso de desplegar redes 5G. Más allá de los pasos previos necesarios y que aún no se han dado (identificar bandas de espectro, establecer un cronograma de adjudicación de éstas y definir la modalidad y alcance del despliegue), este “retraso” dará tiempo a que se logren mayores escalas en la producción de equipamiento y dispositivos (lo que redundaría en un menor precio, como sucedió en su momento con 4G) así como el desarrollo de diversos ecosistemas de dispositivos más allá de los smartphones. Y en el ínterin también se irán asentando los modelos de negocio que otros comienzan recién a experimentar.
Esto no implica, no obstante, que haya que desentenderse momentáneamente del asunto. Queda mucha tarea previa por delante y no hay que repetir lo que sucedió con 4G, que llegó cuando las redes colapsaban y el Estado estaba sediento de recursos. Hay que lograr que esta ventana de tiempo que se presenta juegue a nuestro favor.