Más allá de cuánto se demore y cómo se salga de la pandemia que nos azota, no quedan dudas de que habrá un antes y un después del coronavirus, aun cuando todavía se hace difícil imaginar cómo será ese tan deseado día después. No obstante, hay escenarios que se pueden inferir en función de los cambios registrados hasta el momento, muchos de los cuales seguramente acelerarán la adopción de tecnologías. Esas que ya existían pero que, por una u otra razón, avanzaban a un ritmo inferior al que probablemente veamos en el futuro próximo.
Uno de esos ámbitos será sin dudas el laboral, impactado por el teletrabajo que vio, durante el aislamiento, un crecimiento notable e inevitable. Esto a pesar de que el repentino envío de los trabajadores de oficina a sus hogares a continuar con sus tareas dejó en evidencia que el teletrabajo, para ser efectivo, requiere de mucho más que eso. En esto influyen otros factores además de la falta de ámbitos adecuados al interior del hogar (como quedó demostrado en mucha situaciones cotidianas que se transmitieron por Zoom). Existen todavía restricciones tecnológicas para implementar esta modalidad adecuadamente. Y no porque no estén disponibles en el mercado, sino porque no fueron implementadas aún en muchos casos.
Desde el punto de vista tecnológico, el teletrabajo requiere de mucho más que una PC y una conexión de banda ancha en el hogar. También la organización debe estar preparada, con sistemas que sean accesibles por fuera de la red local y con las condiciones de seguridad necesaria para que esto ocurra. Esta es la razón por la cual muchas organizaciones (tanto privadas como públicas) vieron afectado su funcionamiento a pesar de tener a sus empleados trabajando, con limitaciones, desde sus hogares. Por lo tanto, salvo en los casos de las empresas que ya tenían implementadas políticas de teletrabajo (mayormente multinacionales, grandes y/o tecnológicas), el aporte de éste fue insuficiente para compensar la baja de productividad alcanzada.
Esta semana, un estudio realizado por CIPPEC estimó que 3,3 millones de trabajadores realizan tareas que podrían llevarse adelante desde el hogar. Pero las limitaciones mencionadas, tanto de las organizaciones como de los hogares de los trabajadores, permiten inferir que el número que efectivamente puede teletrabajar sea sensiblemente inferior.
Esta adaptación no es algo que pueda posponerse hasta la solución definitiva al problema de la pandemia. Cuando se levante el aislamiento y hasta tanto no se encuentre una vacuna para el covid-19, no sería aconsejable que todos vuelvan en masa a sus lugares de trabajo como si nada hubiera sucedido. Transportes públicos repletos (como sucede normalmente en los horarios pico) o espacios de trabajo sin el distanciamiento adecuado no serían factores que ayuden a evitar un nuevo brote. De hecho en algunos países europeos estiman que para lograr los criterios de seguridad recomendados, sólo debería haber un quinto del volumen total de usuarios en el transporte público respecto del existente antes de la pandemia. Por lo tanto, el teletrabajo deberá mantenerse. Además, no habría que descartar que haya que implementar días alternativos de concurrencia para mantener el distanciamiento físico entre personas en las oficinas. Pero si no hay un adecuamiento de los sistemas para su acceso remoto, acompañado de una gestión eficaz de los recursos humanos, las organizaciones no podrán alcanzar un régimen de funcionamiento pleno. En definitiva, poner en marcha masivamente nuevas formas de trabajar exigirá cambios profundos en la manera de hacer las cosas. Es necesario reconsiderarlas en un entorno que asoma como más híbrido entre online y offline.
Este período de cuarentena, recluidos en nuestros hogares, puso en evidencia el retraso de muchas organizaciones, tanto privadas como públicas, en materia de digitalización. Quizás, involuntariamente, el covid-19 sea el factor que le dé el impulso necesario a la transformación digital de la que tanto se habla pero menos se hace. Hasta ahora al menos.