Desde el surgimiento de las criptomonedas, muchos de sus adeptos se entusiasmaron con la disponibilidad de una moneda que fuera independiente de bancos centrales y de controles y regulaciones estatales. Esto también tiene que ver con las dificultades para su trazabilidad, lo que le trajo mala fama no tanto por ser usada como medio de evasión fiscal sino, sobre todo, por ser la elección de forma de pago para ransomware y otros delitos. Al margen de sus usos “non sanctos”, quizás su mayor cuestionamiento es que en realidad no es una moneda sino un activo, que en los últimos tiempos demostró tener una gran volatilidad.
El concepto de moneda cumple tres funciones en la economía: unidad de cuenta, medio de cambio y depósito de valor.
Ser unidad de cuenta significa que permite expresar el valor de bienes, servicios, activos, transacciones. Por ejemplo, un pasaje de subte en Buenos Aires vale $ 30. Además de expresar un valor, la unidad de cuenta facilita las comparaciones. Esta es una función que el peso argentino actualmente no cumple debido a los altos niveles de inflación. Y es lo que hace que cada vez más, determinados bienes y servicios se valúen en dólares, como sucede con propiedades o con automotores.
El ser un medio de cambio le da a la moneda una función transaccional, evitando los inconvenientes propios del trueque. No obstante, esta función no se cumple en contextos de alta inflación, cuando la moneda es reemplazada por un bien físico de valor estable como sustituto y de aceptabilidad general, como puede ser el caso de monedas de otros países. Esta funcionalidad es la única que aún se mantiene vigente en el peso argentino.
Finalmente, la tercera función, ser depósito de valor, sirve para preservar su valor a lo largo del tiempo. Lógicamente, cuando hay alta inflación (como sucede en Argentina marcadamente y en menor medida en muchos países últimamente), esta función se pierde.
En el caso de las criptomonedas, estas funciones no siempre se cumplen debido a la inestabilidad de su cotización. No pueden ser unidad de cuenta si su valor cambia constantemente. Sí pueden ser un medio de cambio porque en última instancia se toma el valor al momento de la transacción. En cuanto a ser depósito de valor, nuevamente las oscilaciones en su cotización juegan en su contra, habiendo perdido, grosso modo, un 65% de su valor en 10 meses.
En Argentina, las criptomonedas tienen una gran popularidad, con un 35% de los usuarios de Internet mayores de 16 años disponiendo de ellas [Ver “Argentinos y las criptomonedas”]. A pesar de no haber sido una buena inversión en los últimos tiempos, la motivación para poseer criptomonedas se encuadra dentro de su función como depósito de valor ya que un 73% de los tenedores de criptomonedas tiene como objetivo la inversión. Esto surge del informe “Dinero digital – 2022”, realizado por Carrier y Asociados.
Su funcionalidad como medio de cambio es poco popular, con apenas un 9% que las utilizó para realizar transacciones. No obstante, es de destacar que, en el caso de los centennials, este valor asciende al 19%, más del doble de la media.
Por otra parte, un 16% adquirió criptomonedas “por curiosidad”, para ver de qué va la cosa y cómo funciona.
Como con muchos otros consumos basados en el uso de tecnología, la variable determinante es la etaria o generacional, y en bastante menor medida el nivel socio económico. En el caso particular de las criptomonedas pesa también el género. No obstante, otras variables que suelen resultar en diferencias visibles cuando se trata de otros objetos de análisis, como es el caso de la ubicación geográfica (AMBA vs. Interior) o el tamaño de urbanización de residencia, no muestran variaciones significativas a la hora de abordar las criptomonedas. Es justamente el factor etario, con varias generaciones que no vivieron en su vida adulta un proceso de alta inflación como el actual, lo que puede hacer que sigan confiando en las criptomonedas como un refugio de valor a mediano y largo plazo.