Se acerca el fin de año y llega el momento de hacer un repaso de lo que dejamos atrás. En este caso, se trata de un repaso caprichoso, que no apunta a mencionar necesariamente lo más relevante de lo que pasó, sino que es una selección de temas donde el único criterio es la subjetividad.
Yendo de lo general a lo particular, repasar el 2022 no puede dejar de lado el complejo marco macroeconómico global que, como no podía ser de otra forma, impactó (y fuerte) al sector tecnológico.
La macro mundial pasó del cielo al infierno. La crisis financiera mundial del 2009 tuvo como consecuencia una fuerte baja de las tasas de interés (que en algún momento hasta llegaron a ser negativas) dando lugar a una disparada de los precios de los activos, resultando en mercados alcistas en prácticamente todo, incluido el sector tecnológico. Pero llegó la pandemia y la estructura económica mundial se alteró significativamente. Una fuerte emisión de las distintas monedas, que se dio para oxigenar una economía paralizada por los encierros resultó en niveles de inflación desconocidos en las últimas décadas. La posterior suba de las tasas de interés hizo que el capital fuera más escaso y, por lo tanto, más caro. Ambos factores pusieron fin a más de una década de bonanza de manera abrupta y dolorosa. En este escenario, la fuerte caída en la valuación de las empresas tecnológicas (que a su vez dio lugar a recortes importantes en sus plantillas y proyectos) resultó ser un efecto lógico, aunque no deseado. Y como si la macro pospandémica fuera poco, la invasión de Ucrania por parte de Rusia echó leña al fuego, impactando en el precio de ciertos commodities y también reorganizando el mapa geopolítico.
El escenario pospandémico también aportó otra mirada al rol de China en la economía mundial. La extensión en el tiempo de la pandemia en China, o más precisamente su autoflagelante política de “covid cero”, fomentó un cambio claramente perceptible: alejarse de aquel país. El de “fábrica del mundo” pasó a ser un concepto que despierta inquietudes en algunas empresas, llevándolas a buscar cadenas de abastecimiento más diversificadas geográficamente. Por lo tanto, el concepto de offshoring comenzó a dar lugar al de friendshoring: una relocalización de las cadenas de abastecimiento, orientadas hacia países estables, idealmente aliados geopolíticos. La prioridad comienza a ser no sólo disponer de cadenas de abastecimiento eficientes, sino también sólidas.
Pero tampoco se trata sólo de que estas cadenas fluyan sin sobresaltos, evitando las perturbaciones resultantes de políticas hacia el covid aplicadas por China (y de las que pareciera comenzar a desandar). También las presiones de esta potencia hacia Taiwán dan lugar a una hipótesis de conflicto similar en algunos aspectos a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Entonces surge la pregunta de cuál sería el impacto si la cosa se pusiera más espesa y, consecuentemente, varios países, especialmente del eje occidental, decidieran no ya cortar, pero al menos sí reducir su dependencia comercial de la potencia oriental. Un caso que se hizo más que evidente con EEUU y Europa impulsando la fabricación nacional de chips en nombre de la seguridad nacional. De tal modo, esta nueva era de diversificación da indicios de ser el inicio de una nueva era de política industrial.
Más allá de esta nueva dinámica, en materia de chips el aumento de la oferta combinado con un debilitamiento de la demanda (con caídas en ventas de PC y de smartphones, así como el sobrestockeo de industrias como la automotriz) y un contexto de encarecimiento del capital, devuelven a la tierra a la industria superestrella de la pandemia que se presenta súbitamente como mucho menos estelar. Un viaje del cielo a la tierra sin escalas.
El que termina fue un año donde la tecnología satelital logró una visibilidad que anteriormente estaba reservada a ámbitos muy especializados. Una combinación de alto perfil de algunos de sus impulsores con una presencia más cercana al segmento consumidor le dio a las comunicaciones satelitales una exposición mayor. Por supuesto, en mucho influyó la presencia del mediático Elon Musk detrás de su constelación Starlink, la cual además ganó visibilidad por su rol en la guerra entre Ucrania y Rusia. Un servicio que debería ya estar activo en Argentina pero que aún no da señales de hacerlo.
El entusiasmo por la cobertura global que despiertan los satélites se vio potenciado por la promesa de poder conectarse directamente desde un celular. Un tema que Apple puso sobre la mesa, aunque sólo se trata de una conexión para enviar SMS ante una emergencia en áreas no cubiertas por las redes móviles. Todavía falta mucho para que un smartphone transmita con la potencia suficiente para que su señal llegue a varios kilómetros hacia el cielo permitiendo un uso similar al que se le da en la tierra. Es necesario moderar las expectativas para evitar decepciones.
Ya que se menciona a Musk, su adquisición de Twitter se convirtió en un símbolo de lo que una buena billetera puede lograr en un mundo donde la brecha entre ricos y pobres se amplió notablemente. No tanto porque los pobres sean más pobres sino porque los más ricos son muuuuy ricos y se pueden dar caprichos impensados tiempo atrás (más allá de cómo resulte finalmente).
Y si hablamos de redes sociales, es notable el impacto que éstas tuvieron en la recientemente finalizada copa mundial de fútbol. De la mano de TikTok, Instagram y Twitter principalmente, las redes se plantaron no ya como complemento del periodismo sino casi como sustituto en ciertos ámbitos. Los videos de jugadores festejando (o lamentándose) en los vestuarios, así como de situaciones que se daban en el campo de juego y que quedaron fuera de las transmisiones televisivas, les dieron a las redes un valor muy superior, obligando a los medios tradicionales a nutrirse de éstas, pero con un delay mucho mayor que aquel de los goles por streaming, gritados varios segundos después de que ocurrieran. Las redes sociales aportaron una visión desde adentro que hizo que seguir el mundial por éstas fuera la verdadera experiencia.
A nivel local, seguimos enfrascados en las mismas discusiones: los efectos negativos del DNU 690, la llegada de 5G que todavía no es evidente, las dificultades para acceder a divisas que complican no sólo las importaciones de tecnología sino también el pago de distintos tipos de servicios. Nada nuevo bajo el sol. Lamentablemente.
En síntesis, termina un año complejo, pero también de quiebre, que sentó las bases para un escenario bien distinto al vivido durante la última década. Uno que se presenta como mucho más inestable, impactado por las vicisitudes de la rivalidad entre grandes potencias, las réplicas de ese gran terremoto que fue la pandemia, que ocasionó trastornos económicos e impactó en el rápido cambio social y tecnológico que atravesamos. Bienvenidos a esta nueva normalidad.