Mantenga su distancia

Hay temas de los que se habla desde hace años, lo que no impide que recurrentemente tengan un pico de exposición mediática para luego perder terreno hasta el próximo round. Tal es el caso del riesgo cancerígeno del uso de los teléfonos celulares. El tema volvió con inusitada fuerza esta semana, ganando lugares destacados en diarios, programas de TV y de radio, así como en Internet. Surge entonces la pregunta: ¿qué hay de diferente esta vez? La simple respuesta a este interrogante sería, ninguna evidencia nueva y sí mayores atenuantes.

La fuente de la información fue la Organización Mundial de la Salud, cuya sigla en inglés (WHO) da lugar a chistes del estilo “Who says so?” (o quién dice eso). Cabe destacar, no obstante, que no se trató de una nueva investigación, sino que se trabajó en base a relevamientos científicos previos. A pesar de esta revisión y reprocesamiento de estadísticas, la conclusión no fue muy distinta a las obtenidas en el pasado: no se puede llegar a una relación causa y efecto terminante. Por lo tanto, no es que está comprobado sino que se presume que el uso de celulares puede aumentar los riesgos de un determinado tipo de cáncer cerebral. Visto así, la reacción mediática resultó exagerada.

Uno de los problemas de estudiar este fenómeno es la amplia popularidad del uso de los celulares. Esto dificulta claramente tener un grupo de control para ver las diferencias entre usuarios y no usuarios de estos dispositivos. A esto se suma otra dificultad a la hora de hacer correlaciones y evaluar resultados: no todos usamos el celular de la misma forma, y ese mismo uso va variando a lo largo del tiempo para un mismo individuo. Claramente el grupo de mayor riesgo es aquél compuesto por quienes son usuarios intensivos de la voz desde el celular, porque implica que apoyemos el equipo contra nuestra oreja, aumentando notablemente el impacto de la radiación. Así, el creciente grupo de quienes mayormente usan el celular mirando su pantalla (escribiendo o leyendo SMS, mails, mensajería instantánea o redes sociales) no debería alarmarse, así como tampoco aquellos que usan auriculares o manos libres para hablar.

En definitiva, siendo que no hay nuevos hallazgos, que los resultados no son concluyentes y que la forma de uso del celular está cambiando aceleradamente, resulta difícil entender semejante nivel de alarma mediática.

No obstante, hay un punto de la investigación que no trascendió, y que probablemente no haya sido objeto de estudio porque en definitiva se trató de relevamientos previos y no ad hoc. Básicamente se trata del impacto de la mayor concentración de fuentes de radio en un celular ahora que no sólo se conectan vía 2 y 3G, sino también que incorporan WiFi, Bluetooth, GPS. En definitiva, muchas fuentes de radio que aún no han sido estudiadas.

A pesar de todo, es claro que la sola posibilidad (independientemente de su probabilidad) de un cáncer cerebral por efecto de las ondas de radio hace que resulte necesario tomar ciertos resguardos. En este sentido, sí podría pensarse en algún sistema que permita al comprador de un celular (o por caso todo dispositivo inalámbrico) conocer cuál es el grado de radiación del mismo, independientemente de que cumpla con los niveles máximos autorizados. Algo similar a los nutritions facts que se publican en los alimentos. Esto lograría también que los fabricantes le prestaran más atención aún al tema y se esforzaran por reducir la radiación de sus equipos no sólo como una medida de salubridad, sino también como un elemento diferenciador de marketing. Los usuarios, los grandes beneficiados.

Acerca del autor

Enrique Carrier

Analista del mercado de telecomunicaciones y nuevos medios, basado en Buenos Aires, Argentina

Por Enrique Carrier

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