¿La persistencia del tiempo?

Resulta interesante que en estos días esté llevándose a cabo Baselworld, el principal evento de la industria relojera suiza, signado quizás por la amenaza de los smartwatches. Entonces, la pregunta del millón es: ¿realmente los smartwatches desplazarán a los relojes tradicionales?
Aunque parezcan iguales, compartan parte del nombre y se lleven en la pulsera, un reloj y un smartwatch son cosas bien distintas. Está claro que el objetivo principal al comprar un reloj no es tener la hora exacta. De ser así, no habría lugar para una industria que en su segmento más alto hace un culto de la mecánica y la joyería. Se tiene precisión en un reloj de US$ 20. Y el efecto de un reloj preciso y barato se comenzó a dar en la década de los 80, con la popularización de los Swatch y sus imitaciones posteriores así como la accesibilidad de los relojes digitales. Es claro que quien fabrica relojes de gama media y alta no está produciendo un dispositivo que da la hora.
En el caso de los smartwatches, no se trata de un reloj sino de, mínimo, una extensión del smartphone, con una pantalla secundaria que permite usar ciertas funcionalidades directamente desde la muñeca, sumándosele algunos sensores para aportar nuevas funcionalidades. Pero termina siendo un pequeño electrónico. No tan pequeño, porque ciertas componentes, como la batería y la pantalla, todavía no logran un tamaño como para que los smartwatches sean elegantes en muñecas delgadas, como es el caso de las mujeres. Así, por más que se lo recubra con oro de 18K, como es el caso de la versión de lujo del Apple Watch (a un precio de US$ 10.000), el equipo sigue siendo una minicomputadora con una batería que apenas alcanza para cubrir una jornada. Como volver a los relojes a cuerda pero sin la conveniencia de ésta.
Esto no implica que algunas marcas de smartwachtes se vendan bien (seguramente Apple lo logrará), aunque antes habrá que definir el alcance de “bien” en esta nueva línea de productos. Pero difícilmente tengan un impacto serio sobre la industria de los relojes. Ésta ya sufrió el peor embate (con efectos que perduran y crecen) con la popularización de los celulares en general, que aportaron la función básica de un reloj (dar la hora) en un dispositivo que es casi un wearable por lo cerca que siempre se lo tiene. Hoy es difícil ver menores de 30 años con un reloj de pulsera, salvo que lo lleven como un adorno. Pero no por la funcionalidad. Y en la medida en que éstos vayan creciendo, serán más y más las personas no habituadas a llevar un reloj en la muñeca al estilo grillete. Esta es quizás la principal amenaza, no sólo para la industria relojera tradicional, sino para el incipiente negocio de los smartwatches, que terminan atrayendo principalmente a geeks y adultos que usan regularmente reloj de pulsera. No está mal, se trata de segmentos de usuarios que gozan de ingreso disponible como para consentirse con estos, por ahora, gadgets.

Acerca del autor

Enrique Carrier

Analista del mercado de telecomunicaciones y nuevos medios, basado en Buenos Aires, Argentina

Por Enrique Carrier

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