Momento Sputnik

Luego de un largo y tortuoso camino, iniciado en el 2020, finalmente se aprobó en EEUU la “Ley de Chips y de Ciencia”. Se trata de una norma destinada a fortalecer la fuerza tecnológica de aquel país y contrarrestar los avances de China en la materia. Una ley que tuvo el mérito, en tiempos de fuertes grietas en distintas geografías, de lograr un amplio consenso entre demócratas y republicanos en el Congreso.

Otrora líder en la fabricación de chips, EEUU perdió terreno en la materia, quizás por haber confiado en aquello del “fin de la historia”, que significaría el fin de las guerras, donde las necesidades serían satisfechas a través de la actividad económica, llevando a tercerizar la producción de bienes estratégicos hacia países que podrían hacerlo si no mejor, al menos más barato. Así, fue perdiendo terreno a medida que otros países, principalmente China, aumentaban su producción, haciendo que muchos fabricantes estadounidenses desplazaran la fabricación de chips (entre tantos otros bienes), esenciales para la producción de computadoras, smartphones, automóviles y tantos otros, incluyendo equipamiento de defensa. La pandemia primero, la invasión de Ucrania por parte de Rusia después y, muy recientemente, las tensiones entre China y Taiwán demostraron que esa política estaba agotada.

La nueva ley destina US$ 53 millardos a la industria de los semiconductores, bajo la forma de subvenciones para la fabricación de chips en el territorio de los EEUU, llevando su producción lejos de los potenciales peligros que implica proveerse de países asiáticos. No obstante, el objetivo de la ley no es que todos los chips se fabriquen en EEUU. Es el de producir la cantidad y calidad suficiente como para no quedar en una situación de debilidad si hubiera un conflicto bélico en Oriente, así como si tensiones u otros factores que pudieran impactar negativamente en la cadena de abastecimiento (como sucedió como consecuencia de los aislamientos resultantes de la política anticovid china). De este modo, el foco estará puesto en la fabricación de chips avanzados, con lo que aquellos menos sofisticados se seguirán produciendo en China. Se busca evitar así que las tecnologías más avanzadas de producción lleguen a aquel país y que tengan que desarrollarla por sus propios medios, lo que lógicamente retrasaría el proceso. Adicionalmente, las empresas que reciban ayuda financiera no podrán ampliar la fabricación de determinados chips en China durante 10 años.

Por otra parte, habrá otros US$ 200 millardos que se destinarán a la investigación científica, especialmente en campos de vanguardia como la inteligencia artificial, la computación cuántica y la fabricación avanzada. Aunque en estos casos, harán falta reglamentaciones específicas.

Quizás la mejor definición de lo que se espera de esta ley en términos de impacto la dio el líder de la bancada demócrata del Senado, quien afirmó que este era una suerte de “Sputnik moment”, en este caso teniendo enfrente no ya a la URSS sino a China, con el objetivo de mantener a los EEUU como la economía nº 1 a nivel mundial. Un gran desafío que demuestra que la historia no ha muerto, sino que sigue vivita y coleando.

Acerca del autor

Enrique Carrier

Analista del mercado de telecomunicaciones y nuevos medios, basado en Buenos Aires, Argentina

Por Enrique Carrier

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