
Desde hace un tiempo, el tema dólar ocupa siempre un espacio entre los títulos de los portales de noticias, diarios, programas periodísticos de radio y de TV. Y sus vaivenes impactan a múltiples sectores. Dentro de éstos, el tecnológico, por sus características intrínsecas, no escapa a la incertidumbre por los cambios constantes en el escenario.
En una economía como la Argentina que se acerca peligrosamente a una inflación anual de tres dígitos, los gobiernos suelen caer en la tentación de mantener un valor del dólar artificialmente bajo. Esto se debe a que la importación no sólo de bienes de consumo final sino también de insumos se encarece con cada suba del precio de dólar. El razonamiento entonces es que “pisando” el valor del dólar (como se hizo con las tarifas) evita su traslado a precios. Pero en realidad es una medida bastante inocua ya que los precios suben igual por efecto de la emisión monetaria. Y en definitiva, el dólar es un bien más de la economía y, tarde o temprano, se alinea con la evolución de los precios (muchas veces, bruscamente). Por lo tanto, este precio artificialmente bajo genera una mayor demanda por un bien que está barato. Resultado: no alcanzan los dólares para satisfacer la demanda. Consecuencia: empiezan las restricciones. Así llegamos adonde estamos hoy.
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