Quienes nacieron antes de los 80s vivieron en un entorno audiovisual simple, pero limitado. Apenas 4 canales de TV abierta (en CABA), al que podía sumarse una precaria señal proveniente de La Plata. No había streaming, ni DVD, ni VHS. Las películas, si eran recientes (y no tanto) se veían en los cines. Y no había más. La cosa comenzó a cambiar en aquella década, con la llegada de la TV por cable al AMBA. Un servicio que se distinguía por ofrecer apenas un canal adicional mayormente de películas, pero sin cortes comerciales, y una calidad de imagen que no sufría con las interferencias típicas de una señal inalámbrica analógica en áreas muy edificadas. La oferta del cable fue creciendo, sumando canales, aunque volvieron los cortes publicitarios que parecían desterrados. Y con este crecimiento se dio también una expansión territorial notable. Así, durante los 90s, Argentina era uno de los principales mercados mundiales de la TV paga por cable, a pesar de no estar entre los más poblados. Hasta que llegó Internet. O para ser más precisos, hasta que se popularizó la banda ancha. Y un día, allá por abril del 2005, un video bastante simplón fue el puntapié inicial de una tendencia que cambiaría radicalmente el negocio audiovisual. Había nacido YouTube.
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