Archivojunio 2014

De la réplica al flujo

Algunos negocios que dependen de la propiedad intelectual (principalmente la música, el video y más recientemente el software) han experimentado en los últimos años el impacto de la evolución tecnológica, tanto a nivel de dispositivos como de infraestructura. Esto los obligó a replantear sus estrategias, pero el escenario no parece ahora tan sombrío como sí lo era unos años atrás.
Particularmente en el caso de la música y el video, sus males arrancaron con la digitalización que cambió de raíz las características de su negocio. La misma introdujo el concepto de copia igual al original (sin degradación como ocurría en tiempos analógicos), que se vio potenciado con el costo 0 de la misma. Esto desde el producto en sí. Pero también afectó notablemente a la distribución. Se volvió directa e instantánea, impactando a las redes de comercialización, propiciando la desintermediación, como fue el caso de disquerías y videoclubes. Desaparece el concepto de almacenamiento físico y con ello la necesidad de contar con depósitos. Y, un dato no menor, desaparecen los límites físicos y de tiempo al movimiento de los productos, facilitando el alcance global e instantáneo. Ya no hay que esperar el tiempo necesario para copiar discos y distribuirlos, aunque persisten límites artificiales impuestos por los derechos.
Antes de Internet, el contenido estaba digitalizado pero sobre un soporte físico que guardaba muchas de las características de los productos analógicos. Tal fue el caso de los CD de música o los DVD de video. En esta etapa, salvo la propiedad de que una copia era exactamente igual al original (potenciando la piratería), el resto de las limitaciones se mantenía inalterable: hacía falta almacenar, distribuir y seguían imponiéndose los límites físicos y de tiempo.
La irrupción de Internet potenció notablemente los efectos de la digitalización, en un proceso que puede dividirse en dos eras.
La primera era arranca con el comienzo de la popularización de Internet, desde mediados de los 90 hasta casi la primera década del siglo XXI. Es lo que puede considerarse como la era de la réplica. El contenido (audio, video y también software) se distribuye al copiarse. Eran tiempos de banda angosta (tanto dial up como las primeras versiones de la banda ancha, con menos de 1 Mbps de velocidad), donde éstos básicamente se descargaban para reproducirse, almacenarse y utilizarse localmente. Y todo giraba alrededor de la PC, en tiempos en que Internet estaba asociada únicamente a este dispositivo. Esto generó un escenario propicio para la piratería, con su punto más emblemático en Napster y los torrents. La industria discográfica fue quizás la más afectada y de hecho, las primeras versiones legales utilizaban este modelo. Tal fue el caso de iTunes y del iPod, un modelo de descarga, con almacenamiento y reproducción local. También lo es en con los ereaders, como el Kindle. Este modelo tiene la contra que obliga al usuario a ser el administrador de los contenidos de los cuales dispone localmente y le exige conocer sobre formatos de archivos digitales (mp3, avi, mpeg, pdf, epub, etc.) para evitar los problemas de las incompatibilidades.
Si bien el modelo de la réplica todavía sigue vigente, hoy convive con la segunda era, que podría denominarse la era del flujo, o del stream. Ésta responde a diversos cambios, como la popularización de la banda ancha, la multiplicación de dispositivos digitales y la movilidad. Hoy los contenidos no se reproducen sólo en una PC sino también en smartphones, tablets, Smart TV o consolas. Y a las redes de banda ancha fija se suman ahora las móviles, tanto las celulares como las WiFi, que si bien no son totalmente móviles, facilitan la conectividad de los nuevos dispositivos. El contenido ya no se descarga, sino que “fluye” hacia los dispositivos, en cualquier momento y lugar. Esta era trae consigo un cambio fundamental desde el punto de vista del negocio: el producto se convierte en servicio y el precio, en abono. Hoy iTunes pierde relevancia y la ganan servicios como Spotify, así como Netflix y otros servicios bajo demanda le dieron el tiro de gracia a los videoclubes. En el software, ya no hace falta comprar un paquete de aplicaciones de oficina cuando está la alternativa de Google Docs u Office 365. Este modelo elimina las complejidades asociadas al manejo cuasi físico de los contenidos típicas de la era de la réplica, como el almacenamiento y la compatibilidad. La música, los videos, las aplicaciones y sus datos están en la nube. Y así, las alternativas piratas pierden parte de su atractivo, se exponen más y por lo tanto se hacen más fáciles de controlar (como fue el caso Cuevana).
La era del flujo todavía está en desarrollo, con un crecimiento notable tanto de los dispositivos como de las conexiones móviles, tal como puede apreciarse en los siguientes gráficos, ambos correspondientes al mercado argentino:

En resumen, la digitalización lleva ya varios años, pero claramente el escenario no es el mismo como consecuencia de los constantes avances en materia de conectividad de banda ancha y la explosión de los dispositivos móviles. Por lo tanto, los cambios siguen, con modelos de distribución y reproducción que continúan modificándose. Así, varias de las industrias vinculadas a la propiedad intelectual se encuentran en un proceso de “destrucción creativa” schumpeteriano, donde modelos obsoletos son desplazados, liberando recursos para nuevos y mejores productos y servicios. Por algo Apple compró Beats (que además de auriculares tiene un servicio de streaming que ayudaría a revitalizar a iTunes) y Microsoft apuesta a la nube y los dispositivos.
[Nota: Este comentario surge de la presentación realizada durante las jornadas que tuvieron lugar con motivo del Día mundial de la propiedad intelectual. Puede ser vista por completo desde aquí.]

El cono del silencio

A punto de cumplirse un mes desde el anuncio de una futura licitación de espectro para 3 y 4G, este y otros temas donde la intervención del gobierno es clave entraron en un silencio de radio que comienza a inquietar a los interesados.
Algunos pensarán con el tiempo que se lleva esperando por la habilitación del espectro por 4G, un mes más es poca cosa. No obstante, que todavía no haya una convocatoria para una licitación es un signo que evidencia que el anuncio tuvo bastante de volantazo en materia de política de comunicaciones. Un año y medio después de haber anulado la licitación anterior, no hay todavía un pliego para esta convocatoria. Reflejo quizás de visiones encontradas en el seno del mismo gobierno.
Esta demora hace que el plazo de 6 meses originalmente anunciado por las autoridades para que las frecuencias fueran otorgadas peligre. Hay que tener en cuenta que además, una vez conocido el pliego de condiciones, funcionarios del gobierno emprenderán una suerte de road show internacional para intentar atraer a potenciales interesados en participar de este negocio. A lo que hay que sumarle los tiempos mínimos para estudiar el pliego y planear el asunto no sólo desde el punto de vista tecnológico (despliegue de red) sino también de negocio. Un inversor extranjero tiene más cosas que planificar que uno local, con una operación en funcionamiento, como son los casos de Claro, Movistar y Personal.
Esto mismo se aplica para el famoso 4° operador buscado por las autoridades. Un nuevo actor que necesitará tiempo de planificación y, por qué no, de negociación, teniendo en cuenta que muy probablemente este nuevo actor incluya como socio o como activos a adquirir, la operación de Nextel. Y tanto una asociación y más aún una adquisición, son procesos que llevan su tiempo. Salvo, claro está, que este 4° operador sea directamente Nextel, con lo cual los tiempos se acortarían.
Pero el silencio también se da en otros ámbitos. Tal es el caso de la venta de la participación de Telecom Italia en Telecom Argentina a Fintech. Una operación que se estimaba iba a estar completada por estos días, pero que no lo está porque el gobierno todavía no dio su aprobación. Vale recordar también que en la medida en que esta operación no esté cerrada, podría complicarse la participación de Telecom en una licitación de 4G por las mismas razones esgrimidas al momento de cancelar la licitación de 3G un año y medio atrás.
A esta altura, no deberían sorprender el silencio y la procrastinación. Pero es mejor no acostumbrarse.

Linkeando

  • ¿Ludismo o regulación?: Las protestas en Europa contra el servicio de pseudo taxis Uber abre un debate que es presentado como una suerte de neo ludismo, pero esconde detrás la puja por los niveles de regulación. Una situación de tensión que se replicará cada vez más en distintos ámbitos donde la tecnología impacte. [Bloomberg]
  • Contra marea: Durante la Cumbre Latinoamericana de Analistas y Periodistas organizada por Cisco, su director ejecutivo de Política Tecnológica, realizó una presentación bastante crítica respecto de las tendencias regulatorias en la región. Aunque en algunos casos su postura fue extrema, sus puntos son interesantes para el debate. [Mediatelecom]

Twits selectos

A la cama y sin TV

El atraso de la normativa argentina en materia de telecomunicaciones y su impacto sobre otros ámbitos, como el de los medios, dio esta semana una nueva señal de vida ante la resolución de la Corte Suprema respecto de una medida cautelar presentada por ATVC, Cablevisión, Multicanal y Telecentro en contra de que los operadores de telecomunicaciones pudieran ofrecer servicios de video bajo demanda. Básicamente se ratifica, tal cual lo marca la normativa vigente, que los operadores de telecomunicaciones no pueden dar servicios de radiodifusión o broadcasting, para usar un término técnicamente más preciso.
No obstante, en una instancia anterior, el fallo de la Cámara establece tres puntos que hacen al cruce de las redes y los contenidos, extendiéndose más allá del planteo inicial: la prohibición a las telcos de dar servicios de TV bajo un modelo de radiodifusión, el impedimento también de dar servicios de video bajo demanda (caso Arnet Play u Onvideo) así como la abstención por parte de las telcos a dar servicios bajo un modelo de oferta combinada con proveedores de TV (como hacen Telecom y Telefónica con DirecTV).
Si bien a veces los conceptos se confunden, hay diferencias técnicas claras entre un servicio de radiodifusión o broadcasting y otro bajo demanda. La radiodifusión es una comunicación punto-multipunto (o sea, un emisor y múltiples receptores), unidireccional (del emisor a los receptores pero no a la inversa) y donde el contenido es lineal y sin posibilidad de intervención del receptor. En el video bajo demanda las condiciones son distintas: la comunicación es punto a punto, bidireccional y el receptor puede mínimamente decidir qué ve, en qué momento y cómo (pausar, detener, retroceder, avanzar, repetir). Queda claro que mínimamente hay grises en las interpretaciones de los conceptos.
Bajo estas definiciones, el tema de dar servicios de radiodifusión está bastante claro, y de hecho ninguna de las telcos lo hace. No obstante, siguiendo la lógica, cabría preguntarse igualmente si debería impedirse ver a través de estas redes los broadcasting por Internet que hacen las señales de TV, tanto locales como internacionales. O hasta un webcast.
Por el lado de los servicios de video bajo demanda, por lo antes expuesto pareciera haber una diferencia importante como para considerarlo de radiodifusión. No obstante, darle al video bajo demanda el status de radiodifusión implicaría que servicios como Netflix, YouTube o hasta Facebook (los más populares aunque hay muchos otros) no pudieran accederse por redes de empresas de telecomunicaciones, ya que estas no tienen licencia para distribuir contenidos de radiodifusión (lo que incluye al bajo demanda). Aquí también entrarían los servicios tipo OTT de ciertos canales, como el caso de ESPN Play o HBO Go o las alternativas de catch up de los canales de televisión abiertos, entre otros. Se ve así que esta interpretación no se sostiene.
En cuanto a la oferta combinada de telecomunicaciones y TV, parece más un acuerdo comercial que una violación a la normativa vigente. Los servicios se prestan a través de redes independientes (voz e Internet por la red telefónica y TV por la red satelital), de empresas independientes, que facturan cada una por separado. No obstante, la justicia lo entiende de otra forma y eso en definitiva es lo que cuenta. De hecho, Telecom respondió anunciando la suspensión temporaria de la oferta. Desensilló hasta que aclare, aunque sus clientes siguen gozando de ambos servicios, administrados en paralelo y no unificadamente.
No obstante, son atendibles los reclamos de los operadores de cable quienes luego de la sanción de ley de Medios, quedaron en una posición poco privilegiada, con límites tanto a su cobertura como a su penetración de mercado que no se aplican a las telcos. Resulta curioso que mientras a unos se les exigen inversiones, a los otros los fuerzan a desinvertir. También hay trabas para regulatorias, como la no asignación de numeración para telefonía en el caso de Cablevisión, que tiene licencia y tecnología para dar este servicio, pero no números para entregar a sus clientes. En este caso, un trato discriminatorio frente a competidores directos, como es el caso de Telecentro, quien sí ofrece servicios del tipo triple play. Es sin dudas una factura del gobierno, con quien el grupo arrastra ya un largo enfrentamiento. Arbitrariedad al palo.
Más allá de la mezcla de conceptos que hace la justicia en su fallo, dentro de sus limitaciones, está diciendo “estas son las normas. No las hago yo. Si no les gustan, cámbienlas”. En definitiva, este tipo de hechos se seguirán produciendo (y quizás con más asiduidad), en la medida en que nuestro marco normativo siga desconociendo la evolución tecnológica de los últimos 20 años. Cosa que sucede aún con la Ley de Medios, que no llega a los 5 años de vida pero que nació mirando a las redes del siglo XX y no las del XXI. Quizás un buen primer paso sea separar regulatoriamente a los contenidos de la red de transporte, que demandan enfoques claramente diferenciados. [Ver más en “Errores persistentes”] Considerando la relevancia estratégica de las infraestructuras de telecomunicaciones en las sociedades y economías modernas, resulta imperioso comenzar a debatir cómo actualizar la normativa para que potencie el desarrollo de redes en vez de cercenarlas. Lamentablemente, se trata de un tema que no figura ni en la agenda del gobierno ni en la de la oposición. Una omisión más que preocupante considerando que el año próximo habrá elecciones presidenciales. Se trata de un debate importante que hay que dar, ya que no se alcanza con declarar que todas las redes son iguales (en capacidades y regulación) sino que, y más importante aún a largo plazo, habría que establecer cronogramas o planes de metas para que las asimetrías entre redes y empresas no terminen aniquilando la competencia de infraestructuras en lugar de fomentarla.
El camino por recorrer es largo. Preocupa que aún no se haya dado el primer paso.

¿Qué medimos cuando medimos?

Desde que comenzaron a hacerse encuestas y estudios sobre el uso de Internet hay preguntas que se mantienen inalterables a pesar de que tanto la tecnología y por consiguiente también los hábitos, cambiaron. El caso más evidente es aquél que intenta develarnos el tiempo que pasamos conectados a Internet o cuántas horas estamos en Facebook.
El concepto de tiempo conectado a Internet se remonta al dial up, cuando uno era bien consciente de cuándo se conectaba y cuándo se desconectaba. La aparición y posterior popularización de la banda ancha, convirtiéndose prácticamente en la única forma de acceso, termina (o mejor dicho, debería terminar) con este tipo de pregunta. Ya no nos conectamos y desconectamos, sino que estamos online todo el tiempo. O al menos todo el tiempo en que nuestros dispositivos (PC, tablet, celular y hasta TV) están encendidos. Es más, podemos no estar prestando atención a la web, al mail, al mensajero instantáneo, mientras escribimos en Word, pero seguimos conectados. Los mails seguirán entrando al igual que los mensajes de nuestros contactos. También algunas páginas web se actualizarán. Para entender mejor, alcanza con preguntarse a sí mismo: ¿cuántas horas estoy conectado a Internet por día? Una respuesta medianamente precisa es bastante difícil de obtener.
Esto mismo se hace extensible a determinados servicios/aplicaciones montados sobre Internet. Se puede tomar el caso del mail, Facebook, Twitter o los mensajeros instantáneos. ¿Cuántas horas pasa uno en estos servicios? Para la respuesta, ¿hay que considerar cuánto tiempo está la solapa abierta en el navegador o cuánto tiempo estamos efectivamente mirando esa solapa? Si la visitamos cada vez que se produce una actualización, ¿hay que contar el tiempo que pasamos allí? Muy difícil de medir. La cosa se complica más si consideramos que los celulares, más omnipresentes que la PC y también constantemente conectados, todos estos servicios producen notificaciones cuando recibimos algún mensaje o se produce una actualización de nuestros contactos. ¿Estamos o no estamos usando esos servicios?
En resumen, todo esto para que la próxima vez que un estudio diga, “los XX pasan tantas horas diarias conectados a Internet”  o que “los XX son los más activos en Facebook en la región, con YY horas diarias” nos preguntemos si esto efectivamente significa algo.

Linkeando

  • Subiendo el piso: En la era del streaming, donde ya comienzan las transmisiones de video en UltraHD o 4K, lo que hoy conocemos como banda ancha tiende a reformularse. En EE.UU., la FCC elevaría a 10 Mbps (o quizás hasta 25 Mbps) la velocidad de descarga para que una conexión pueda ser considerada de banda ancha. [Washington Post]
  • Zapatero a tus zapatos: Luego de intentar, sin éxito, competir contra el ereader Kindle, la cadena de librerías Barnes & Noble archivó sus proyectos de desarrollo de ereader y se asoció con Samsung para lanzar una tablet que tenga el software para leer, adquirir y administrar los libros. Enfocarse en lo que sabe. [Business Wire]
  • La matemática detrás del éxito: Interesante artículo hecho por el periodista y matemático Adrián Paenza donde explica el mecanismo para mejorar el algoritmo de recomendación de películas y series utilizado por Netflix. [Página 12]

 

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